Los juegos de poder son eso, juegos, en el que gana el mejor estratega. Los que juegan en dos bandos parecieran que siempre son los que ganan o los que se encuentran entre los muertos. El fin del poder no sólo es el dinero sino determinar sobre los otros, decidir sobre ellos la dirección de sus destinos.
Jugar este juego siempre termina por quemar al que juega, son pocos los que se salvan, muchos los que caen en desgracias, los que eligen mal a sus aliados, aquí donde nunca existen aliados, sino hombres con apetitos insaciables, corderos que no son lobos sino leones, agacha cabezas que esperan con paciencia hundir por la espalda la daga de sus ambiciones, lambiscones que no pasan de ese corredor, hombres macetas que aprenden a caminar desde sus raíces, chapulines que no dejan de saltar de una rama a otra y acaban con todo lo que topan, saltamontes que en el primer brinco se rompen una pata y jamás desde ese cojera vuelven a trepar el árbol de las mieles. Políticos a los que se les recuerda no sólo su chingada madre, sino con agradecimiento, hombres con voluntad, quizás con miras, tal vez honrados, roba poquito, que trabajan por un proyecto sano que al final del tiempo se corromperá.
Quien no aspira a tener potestad, que alce la mano el gallo o la gallina que me desmienta, todos y sin temor a equivocarme quieren incidir de una u otra forma en la vida de otro y dominarla, el poder es poder aunque este sea un pizca de nada, y determinar los términos en el que se muevan los otros siempre da satisfacción, aunque el poder y el dinero no te hagan feliz, pero te quita los nervios y pones nerviosos a los otros, los que te miran desde su envidia, a los que miras desde tu egolatría.
El camino del poder está empedrado como el infierno de tumbas de hombres y mujeres con buenas intenciones.⚅
[Foto: Carlos Ortiz]
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