Lo esencial en un artista es su alma, lo que crece en ella antes que él mismo pueda tener consciencia. La forma de su corazón y la sensibilidad de sus nervios. Al inicio lo que existe es una inclinación al silencio y una curiosidad y amor por todo lo que existe, pero no es un amor obvio sino crítico y conflictivo. Después está el talento, la habilidad o facilidad de expresarse en ciertos lenguajes, pero esto no determina ni incide en su mundo interior, el talento es el modo en que él intenta dibujar o comunicar sus ensoñaciones y dilemas y exponerlos a la luz del mundo exterior.
Por supuesto, la estructura del mundo exterior no está hecha de soslayos, atisbos y presentimientos sino de barbarie y estadísticas. El mundo exterior adora y rinde culto a la idea de fama y éxito. Para el mundo exterior solo existe lo que puede ser catalogado, medido, lo que tiene una cifra y un código, lo que exhibe una etiqueta. En síntesis: lo que está molido, prensado y empacado al vacío. El alma no reviste interés alguno para el mercado y es la ecuación perfecta, así el alma está a salvo mientras el mundo exterior se alimenta día y noche de bagazos.
Cuando el escritor es, al mismo tiempo, un personaje público puede ser objeto de reflexión, crítica, etcétera, tanto por su trabajo literario como por su actividad pública. Por eso se llama “personaje público” porque se refiere a un rol que desempeña en tal sentido y no a la persona. Las intimidades de cada cual son asunto de cada cual (mientras sean intimidades), pero sus acciones públicas entran en el interés general porque inciden en el espectro social, político, cultural...
Por ejemplo, si alguien, sea escritor o no, se pasa con la luz roja es un malparido y ese “malparido” está referido a su acción y no a su persona. Se juzga antes que nada el acto. Y, por supuesto, en el caso de un escritor que es a la vez personaje público, a uno le puede gustar su obra y detestar su rol social. Es algo bastante normal. Y por mucho que a uno le guste la obra si el autor es, en su actividad pública, un malparido uno puede decirlo y seguir respetando su obra.
Vargas Llosa, y es mi opinión, en muchas de sus acciones ha demostrado ser despreciable, hipócrita y oportunista. Igual García Marketing. Esto no los convierte en malos escritores, pero tampoco basta escribir bien para ser considerado una buena persona (en el sentido público, ¿qué otro podría ser?). El artista tiene una responsabilidad con su obra y la persona tiene una responsabilidad, en su quehacer humano, con la sociedad. Es así para todos y punto. ¿O acaso deberían haber excepciones? ⚅
[Foto: Gonzalo Pérez]
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