Memoriae
- Enrique Montañez
- 29 sept
- 2 Min. de lectura

Imponerse al olvido, némesis vital que se nutre de manera integral de recuerdos, constituyentes y caracterizadores del ser humano. Máxime cuando los recuerdos se evanecen con el tiempo y cuando los órganos de los sentidos comienzan a no responder: el atestiguamiento de la vejez. Lo que alguna vez tuvo región en el alma se diluye y no concede vestigios.
Para Plotino, el filósofo egipciaco autor de las Enéadas, la memoria es una potestad que sólo le corresponde al alma individual, entidad a la que le concierne lo sensible, a diferencia del alma que deviene del intelecto [nous], y éste no tiene memoria debido a que cuenta en todo momento ante sí con los objetos que se le presentan.
El alma, entonces, es la que recuerda, el qué y el quién; no la inteligencia. Plotino está más allá de la percepción “física” o “mecanicista” de la memoria como compartimento de impresiones. Para él, el alma “es razón de todas las cosas, y la naturaleza del alma es una razón que es la última de las cosas inteligibles de cuantas se contienen en el reino inteligible y la primera de cuantas se contienen en el universo sensible”.
La memoria, en su vínculo necesario con el pasado, conlleva que su retención de afecciones tienda a diluirse. Mas por su carácter de dynamis [facultad], a la par que de su atributo de isjys [fuerza], al alma se sobrepone y retiene la imagen, las improntas.
Plotino también explica que existen dos memorias: la proclive a lo sensible [mneme] y la que se inclina por lo inteligible. La primera nos presenta lo que se halla ausente; y por la segunda [anamnesis, la memoria superior] los recuerdos trascienden lo material y accedemos a través de éstos a “las realidades eternas”.
En consecuencia, hay dos olvidos, como nos explica H. G. Gadamer: “Un constante recuerdo de lo sensible provocará el olvido de lo inteligible, y viceversa, la memoria de lo inteligible dejará en la sombra del olvido a lo sensible”.
Al poseer más memoria de lo inteligible que de lo sensible, tendremos más memoria de los principios personales y, por ende, de nosotros. En consonancia, el alma individual [arquetípica] se recupera a sí misma, retorna a su ser más profundo y, sobre todo, recuerda los lazos fundamentales que la unen con el intelecto supremo, el nous, el Uno.
Plotino reconsidera el vínculo establecido por Aristóteles de la memoria con lo visual, con los sueños; su relación es temporal, no espacial, y en este sentido con lo pretérito. El tiempo concede que las impresiones de lo sensible se diluyan, pero la memoria es autoridad que las retiene y afianza.
Y por su raíz etimológica compartida con memona, cuyo significado es “desear ardientemente”, “aspirar a”, “buscar”, “tratar de”, “lanzarse de manera apresurada o violenta”, la memoria se presenta en Plotino como el arte de la atención, y en este sentido recordamos mejor aquello que ansiamos, a lo que nos dirigimos con violencia, es decir, a lo que estamos intencionalmente orientados: reencontrarnos con la esencia y materia propius, recuperar la sustancia álmica. El fundamento filosófico de Plotino, entonces, es sortear el drama del olvido de nosotros mismos. ⚅
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[Foto: Carlos Ortiz]







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