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La adquisición de libros como prioridad

  • René Rueda
  • 28 abr
  • 3 Min. de lectura
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Para hablar del cierre de una librería es necesario calibrar aquello que a veces no es muy evidente: las librerías que se ven obligadas a cerrar lo hacen por una serie de motivos que van desde las bajas ventas, los cambios de planes de los propietarios o la muerte de alguno de ellos, entre otros. Durante años he podido asistir al cierre de librerías ajenas y propias, y siempre duele, aunque a nadie le inquieta más allá de una palmada en la espalda, una sonrisa incómoda o los civilizados comentarios de ánimo, porque la vida continúa y “te esperan grandes cosas en el futuro”.

Resulta que, a la hora de establecer prioridades, la adquisición de libros en cualquiera de sus formatos no se cuenta entre aquellas, y esto es bien notorio en el momento en que una librería cierra sus puertas para siempre y pocos alrededor hacen un pronunciamiento, a no ser que se trate de una librería con décadas de tradición como la Librería Antigua de Madero, que cerró sus tapas en 2021 tras la muerte de Enrique Fuentes, su propietario, o un establecimiento subsidiado por el Estado.

La idea de la adquisición de libros como prioridad se reparte entre varios actores sociales. Por un lado están los lectores, a quienes se ha de facilitar el acceso a una librería por medio de actividades, verdaderas ofertas (pensando en un contexto poco familiarizado con la cultura editorial) y visibilidad presencial o electrónica; por otro, están los libreros, quienes han de estar al tanto del oficio que detentan, de modo que sean vendedores especializados, porque en ocasiones se piensa que cualquier persona puede estar al frente de una librería. No obstante, hay que prepararse, pues la historia del comercio en general se basa en especializaciones; finalmente, están los que se resguardan bajo instancias gubernamentales, particularmente los encargados de aplicar las políticas culturales.

En una sociedad tan pauperizada por los estragos vigentes de la discriminación, el clasismo, la aporofobia o el culto a la violencia, es responsabilidad de la instancia gubernamental de la cultura echar a andar programas que ayuden a subsanar las roturas en el tejido social, como labores de verdadera promoción y trabajo, tanto en centros escolares como en espacios dedicados a esa tarea particular.

La inactividad y el consecuente cierre de la librería Educal de Acapulco es un indicador inobjetable de la falta de sensibilidad, educación, responsabilidad y aptitudes de las personas encargadas de aplicar las políticas culturales en nuestra entidad. Y esto no es algo nuevo o sorpresivo, pues con preocupación hemos visto cómo dicha instancia se ha encargado de socavar el delicado capital cultural en favor de actividades que, mayoritariamente, cuando no caen en la frivolidad, se muestran como una burla que pone en ridículo no sólo a nuestras tradiciones, sino a culturas milenarias como la egipcia (me refiero a la “exposición” exotista en el Ayuntamiento de Chilpancingo).

En suma, queda bastante por hacer, sobre todo a nivel colectivo. La promoción, difusión y cobijo de un proyecto cultural de librería requiere de la participación de los actores sociales antes mencionados, en el entendido de que un libro es un objeto portador de conocimiento, y el hecho de no querer fomentarlo insinúa un siniestro plan de sometimiento social.

Se dice que los libros son caros y, en efecto, algunos sobrepasan nuestras posibilidades económicas, pero hay bastantes muy accesibles y dignos. Aunado a esto, es más costoso no leer, pues como apunta el pensador Armando González Torres: “Hay libros que mejoran tu condición física y tu amor propio, sin que sepas de dónde surge ese bienestar” y “Un buen libro no expresa lo que el lector piensa, sino lo que no se atreve a pensar”. Defendamos, pues, nuestro derecho a tener libros a la mano y librerías siempre abiertas. ⚅

[Foto: Carlos Ortiz]

 
 
 

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