Perramente sensible
- Alfonso Morcillo
- hace 13 minutos
- 2 Min. de lectura

Eran las 11 y cacho de la noche y mis perros ladraban con furia. He normalizado sus aullidos porque hasta a mi sombra le gruñen. Ayer, anoche, sus ladridos feroces y estridentes, sobre todo eso, resonaban en el cubo que tengo por vivienda. Eran para despertar a cualquier diabético en fase terminal. Yo, que no padezco esa enfermedad, pero cuyos ladridos me ponen en alerta (para eso son los perros), me levanté y fui a ver el motivo de tanta ladradera. Abrí la puerta de la conejera en que me refugio desde hace 15 años. Un perro peludo, luego supe que era perra, estaba acojonado en el felpudo con el que recibo a mis visitas. Pepe y Nela dejaron de ladrar. El peludo, la peluda, se metió. Y lo primero que hizo fue cagarse en el medio de la sala. Así. Joder. Levanté su mierda, le ofrecí agua, le di croquetas. Le tomé una foto y la publiqué, como hace casi todo mundo, avisando si algún vecino era dueño o a alguien se le había escapado. Eran 11:35 pm. No hubo respuesta. La llevé a una camita, pero Pepe y Nela jugaron con ella. Les dije: ahí se ven. A las 5:30 am de hoy, o ayer, he perdido la noción del tiempo, ya ni sé, los saqué a caminar, le coloqué el arnés de Pepe y caminó con nosotros como si hubiera sido así toda la vida. Regresamos, entonces se refugió bajo la mesa. Me fui a trabajar y me aseguré de dejarle comida y agua a los tres. Por cosas que en otro momento contaré, tardé en regresar. Luego de casi 12 horas de volver a mi perricueva, el vigilante de turno me dijo “que si la perrita tal, que si esto, que si lo otro”, dije sí. Antes de llegar a abrir la puerta de mi aposento, estaban atrás de mi flaca sombra el padre y la niña, dueños de la peluda. Abrí la puerta, salieron Pepe y Nela y tras de ellos la cachorra se arrojó a los brazos de la niña, que lloró. Indescriptible reunión. ¿Pueden imaginarla, verdad? Se abrazaron para, supongo, no separarse nunca más. El vecino me dijo “gracias”. Y me preguntó “¿cuánto le debo?”. Carajo, nada, nada, le cuidé a su perrita sin saber era suya. Nada. Gracias, dijo. Gracias, dije. Cerré la puerta. Abracé, jugué y besé a mis chaparros hasta que se cansaron. Y un llanto perruno me estalló. Ando muy perramente sensible. ⚅
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[Foto: Paul Medrano]
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