Polvo de estrellas
- Flor Venalonso Neri
- 6 oct
- 3 Min. de lectura

“Nosotros pertenecemos al mundo de la verdad
y de la perfección, al de la luz”.
Annie Ernaux
El pasado viernes 19 de septiembre murió Julieta Fierro y las redes sociales se inundaron de reels, infografías, reseñas, anécdotas y demás sobre todo lo que cada quien sabía de ella. Me pareció tan hermoso y tan triste que sólo después de que alguien fallece nos desbordamos en alabanzas. Sin embargo, Julieta fue una mujer que, a través de su sonrisa, compartía anécdotas, sueños, sabiduría. Me llamó muchísimo la atención una entrevista en donde habla sobre las mujeres y la urgente necesidad de mejorar, o mejor dicho, acondicionar los espacios de crianza para que las mujeres podamos hacer ciencia, además de maternar.
Mi primer acercamiento a la ciencia sucedió cuando, de chiquita, mi papá le compraba enciclopedias a mi hermana mayor. Una de mis favoritas era un libro gigante, color azul eléctrico, con la imagen del sistema solar en la portada. No recuerdo el nombre exactamente, pero algo de Universo decía. Contenía líneas de tiempo, descripciones, fotografías de estrellas, planetas, galaxias. Recuerdo que esa enciclopedia la guardé por años durante mi infancia. Aunque muchas de las palabras al inicio las desconocía, esa enciclopedia me arropó en sus letras y empecé a soñar con las estrellas. Lo que decía, aun sin que comprendiera muchos de los significados o el impacto que tendría en mí, fue mi entrada a la lectura de todos los textos que haría en los siguientes años.
Recuerdo que, además de esas lecturas de la enciclopedia, me gustaban las revistas que me regalaba mi bisabuela —no recuerdo si era La Atalaya o ¡Despertad!—, pero eran revistas de su religión y ahí descubrí textos que hablaban sobre la estructura de los animales, la composición de ciertas cosas del universo biológico. Era todo asombroso para una niña que aún no llegaba a la adolescencia. Desde ahí guardo mi asombro por el conocimiento.
Por supuesto que, con los años, a una le van interesando otras cosas. Con la llegada de la adolescencia prefería leer historias de amor, descubrir la sexualidad, el erotismo, explorar la psicología de los personajes, historias sobre la condición humana y por qué una actúa como actúa cuando se enamora. Y bueno, después llegaron las cosas serias: las posibilidades de experimentar esas relaciones y pensar en el futuro.
Estudiar literatura me ha hecho comprender cosas del mundo —que posiblemente otra carrera me habría enseñado de otra forma—, pero la complejidad de empatizar con la humanidad, conocer las historias a través de personajes ficticios, abre posibilidades para la comprensión humana y sus sentimientos, pero también para reflexionar sobre las acciones concretas y personales de cada una. El cuestionamiento de nuestra propia naturaleza y actuar en el mundo y en la sociedad. No para juzgar, sino para comprender el porqué de las cosas, de las acciones.
Yo no he tenido la oportunidad de leer los textos de Julieta Fierro, pero empezaré a hacerlo, porque también me interesa conocer el trabajo que hacen mujeres como ella, y como miles más, por abrir espacios de conocimiento científico y humanista donde antes no se permitía la entrada a las mujeres en la investigación. Además, porque si Julieta abrió un espacio para hacer posible que mi voz se lea, me siento responsable de que más niñas también puedan hacerlo.
Por ahora me quedaré con la imagen de su sonrisa, en esa entrevista que escuché, donde en su pecho colgaba una estrella. Porque, como ella lo dijo: cada átomo de carbono, cada átomo de oxígeno del universo habita en nosotros. Somos polvo de estrellas, y quién sabe, quizás en miles de años habitemos en alguien que se asombre al descubrirlo, así como nosotros ahora. ⚅
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[Foto: Carlos Ortiz]







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