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Prohibido

  • Carlos F. Ortiz
  • hace 2 días
  • 2 Min. de lectura

No a la palabra, no al pensamiento como acto de resistencia, no rotundo al gozo, al disfrute, a la pereza, no total a la alegría, a la burla, a la risa, al escarnio, no a Wilde, Kafka, Swift, a la poesía. No a lo irreverente, a la música, con sus armonías, su ritmo, no al aburrimiento, al tedio, al placer de no hacer nada, no a la reflexión, al desacuerdo, a discutir tomando una taza de café en la calle Zapata. No a la gordura, a la fealdad, no a la muerte, la tristeza, la melancolía, a no mirarnos, a vernos como somos, no a la soledad, no al deseo de todo, no a la belleza, a la fragilidad del mundo, al amor, no a la diferencia, no a la búsqueda, no a la irreverencia, a actos que permitan el cambio, no a lo colectivo, lo normal, lo que se plantea como original, no a la tradición, a la otredad, no a la lectura como placer, no a los espacios libres, a los árboles, lo salvaje, lo deliberadamente apasionante, no al arte, lo complejo, lo que supone brindarle más tiempo para reaccionar, no al pensamiento como un acto de libertad, no a la crítica, no a la palabra, la idea, no a lo alto en calorías, lo dulce, lo salado, no a la grasa, lo que engorda, no a los raros peinados, lo que suena a viejo, lo que suena a nuevo, a la nostalgia, no al que fracasa, el que no tiene lo nuevo, que no figura en alguna lista, no como negación constante, como premisa de nuestra vida. No a lo que esté fuera del algoritmo, lo arrugado, lo estrafalario, a la entrega total de la autocomplacencia, lo masturbatorio, a la libertad como una decisión individual, ni a lo colectivo, ni a la mirada, lo silencioso, a la calma, la contemplación. No institucional, no como una máxima, una regla, una ley imperial, perfecta, lisa, sin imperfecciones. ⚅

[Foto: Gonzalo Pérez]

 
 
 

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