Tras la invencible reescritura del canon
- Arturo Alvar
- 13 oct
- 2 Min. de lectura

El aluvión de reacciones en redes sociales tras la elección de László Krasznahorkai es la evidencia de la batalla ideológica que la candidatura de Cristina Rivera Garza desató en el campo literario. Los comentarios que reducen su apoyo a un “anhelo hembrista” o una “apuesta de la 4T” pasan por alto la tesis más reveladora: la aplaudida anteposición de “lo literario” a la agenda política es, en sí misma, profundamente política.
La ludopatía cultural del Nobel, impulsada por casas como Betsson (donde Rivera Garza cotizaba a 9 a 1), demostró que la especulación falló. Este triunfo de Krasznahorkai reafirma a la Academia como un árbitro impredecible que desvía la atención de la estela de los grandes escritores omitidos, como James Joyce, Virginia Woolf, Marguerite Yourcenar y Jorge Luis Borges, cuya ausencia histórica prueba que el premio a menudo ignora la vanguardia en favor de su propio timing político-simbólico.
El triunfo del húngaro, con su terror apocalíptico, es la victoria del Capital Estético Monumental sobre la urgencia ética antimonumental que representaba Rivera Garza, confirmando que la Academia evitó intervenir en conflictos geopolíticos contingentes (Gaza, frontera mexicana), un paralelismo directo con el Nobel de Faulkner en 1949 sobre el pacifismo de González Martínez.
Este desenlace sitúa el debate sobre el devenir de la literatura mexicana en una tensión estética: mientras el rigor formal y la autonomía artística han sido defendidos por figuras como Eduardo Antonio Parra, el capital simbólico de Rivera Garza reside precisamente en su experimentación testimonial y la obligatoriedad ética de su denuncia.
Frente a la misoginia que intenta trivializar su mérito, la conexión que la obra establece con la experiencia del lector es irrefutable. La lectura de El invencible verano de Liliana, en especial el pasaje de la búsqueda de respuestas en Azcapotzalco y la UAM, transforma la herida personal en un llamado a rememorar a todas las hermanas desaparecidas y asesinadas, demostrando que su obra ya logró algo más profundo que un galardón: ser una fuerza de reparación y conciencia colectiva.
Finalmente, sólo dentro de cincuenta años, cuando se desclasifiquen los archivos, podremos confirmar si Rivera Garza estuvo en la terna, pero su literatura ya ha reescrito el canon de la frontera. ⚅
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[Foto: Paul Medrano]







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