top of page

Un cuarto propio y 500 libras

  • Vanessa Hernández
  • hace 1 día
  • 4 Min. de lectura

Por alguna razón, a muchos hombres lo que una mujer tiene que decir les provoca mucho escozor. No a todos, afortunadamente. Pienso en los hombres cercanos a la literatura que conocí hace quince o diez años, y a quienes, por ese mismo acercamiento literario y confianza, pregunté qué libros me recomendaban leer en mi calidad de aspirante a escritora. Recuerdo ambas respuestas todavía con asombro, no por los nombres que citaron, sino por la ausencia de mujeres escritoras en las recomendaciones.

No voy a culparlos por una búsqueda que era, ante todo, personal, pero tampoco voy a negar la suerte de pensamiento patriarcal que, mucho tiempo después concluiría, los hizo, en su calidad de escritores hombres, obviar la existencia de escritoras como María Luisa Puga, Inés Arredondo, Luisa Josefina Hernández, Josefina Vicens, Amparo Dávila, entre muchas otras más, esenciales en la educación literaria de cualquier mujer, hombre o quimera que pretenda hacer de las letras su forma de vida.

Imagino que una pregunta más o menos similar fue la que debió impulsar a la escritora Evelina Gil (Sonora, 1958) a la realización del libro Las calladas del boom (Nitro Press, 2024). Lo que me emociona de libros como este, además del tema, es el tono en que son mostradas las vidas de estas veinte escritoras cuyos complejos periplos, lejos de mostrarlas como víctimas, las presenta —a través de la ágil mano de Gil— como mujeres valientes que supieron, a través de su propio trabajo, resistir, a veces en solitario y en otras creando afortunadamente una suerte de comunidad, la terrible violencia de la que fueron epicentro. Asimilar, además, que dicha violencia no era un asunto azaroso, sino más bien sistémico, lo que hoy señalamos como patriarcal y que además —yo siempre he creído— termina afectando también a los hombres que la generan y, obviamente, a quienes no.

Estamos ante un libro que no sólo recoge momentos de terror específicos en la vida de veinte escritoras —y que van desde la censura, violencia vicaria, opresión, plagio (como ha sido mi caso), así como una amplia y diversa escenificación de micromachismos tan aceptados como normalizados—, sino también eventos tan impredecibles como lo son los regímenes o bien enfermedades como el cáncer, en el caso de Marta Traba. Estamos, también, ante la lucha emancipadora de veinte mujeres que supieron enfrentar las circunstancias más inimaginables y crear una obra que hasta el día de hoy permanece, no sólo por el contexto en que surgieron, sino por su calidad.

Dulce María Loynaz, Silvina Ocampo, María Luisa Bombal, Josefina Vicens, Armonía Somers, Elena Garro, Clarice Lispector, Aurora Venturini, Marta Traba, Rosario Castellanos, María Luisa Mendoza, Inés Arredondo, Luisa Josefina Hernández, Elena Poniatowska, Nélida Piñón, Rosario Ferré, Luisa Valenzuela, Albalucía Ángel, Marvel Moreno y Cristina Peri Rossi son las veinte autoras seleccionadas por Evelina Gil, cuyos trabajos van desde el realismo mágico, el terror sobrenatural, la novela biográfica e incluso la ciencia ficción.

Aunque el título, en efecto, señala un episodio específico de la literatura, Las calladas del boom va más allá de una hora y momento determinados. La meta del libro no es temporal, sino la permanencia. Gil cita y nombra voces que por años han sido desplazadas y ubicadas siempre como una referencia secundaria más que como un centro narrativo del cual partir. Remarca, a través de una investigación sensible y justa, la respuesta que, siendo estudiante, no le fue contestada: sí, hay escritoras.

Imposible no pensar en las palabras de Clarice Lispector: “Nunca he visto nada más solitario que tener una idea original y nueva. No hay apoyo de nadie y uno apenas cree en sí mismo”, que uno anticipa debieron surgir como un eventual razonamiento en una jovencísima Lispector. Lo que entre líneas uno puede adivinar, además, es que también ese cerco ha sido muchas veces femenino, y que todavía hasta hoy muchas seguimos trabajando en el desmantelamiento de ideas como esa que mal pregona: las mujeres juntas ni difuntas.

Las calladas del boom me ha hecho recordar cómo llegué a algunas de mis escritoras favoritas (mexicanas y no) y cómo todavía, hasta el día de hoy, cada que puedo nombro a escritoras contemporáneas, porque este camino no es individual, sino una suerte de comuna donde nombrar a una es, ciertamente, nombrar a todas.

Y aquí mis nombres, ¿cómo que no?: Zel Cabrera con su escritura policíaca, Iliana Vargas con sus mundos fantásticos y oscuros, Patricia Cox con sus ensayos históricos, Nora de la Cruz con su revisitación del cuerpo femenino, Libia Brenda, tan distópica como fascinante, Abia Castillo con su rescate de figuras imprescindibles de la historia mexicana, Iris García y Macaria España que incendian con sus letras la de por sí trastornada realidad mexicana, o el costumbrismo sabrosamente polvoso de Fabiola Sánchez Palacios, o qué tal la poesía y narrativa lírica del cuerpo y de los vínculos parentales de Citlali Guerrero, Astrid Chavelas o Roxana Cortés. Y, claro, la poesía que da voz a quienes apenas han sido escuchadas, como es el caso de la poeta de ascendencia afromexicana Aleida Violeta Cisneros, Leda Rendon qué a través de su ciencia ficción cuestiona la inteligencia artificial y a donde nos llevará esa imaginación lúdica qué otros antes, ya tuvieron, y, por supuesto, la laboratorista por excelencia de la literatura mexicana, Cristina Rivera Garza.

Aunque ya Virginia Woolf había ponderado, en la Inglaterra de los 1900, a través de su ensayo Un cuarto propio, la necesidad de dos elementos intransferibles para que una mujer pueda llevar a cabo su proyecto de vida como escritora —y que iban desde un cuarto propio, necesario para la ineludible introspección de ideas, así como de 500 libras anuales, como mínimo, para su independencia económica— yo agregaría, además, la urgente y todavía no consolidada eliminación de un sistema destinado a opacar el trabajo de cientos y cientos de escritoras, que, de no ser por el buen ojo de autoras como Evelina Gil, todavía hoy vivirían en aquella Finisterre donde el olvido es la tierra prometida en ese horizonte de polvo y machismo.

Pienso —y me apego a ello como un mantra— que las diferencias entre escritoras, si las hay, son temporales; y que eventos históricos como los regímenes políticos, o actos deliberados como la censura o los plagios, son actos que podrán desviar la luz por un breve momento, pero nunca y jamás apagar el fuego de una escritura nacida para transformar un boom o como quiera que les dé por llamar a los futuros fenómenos culturales. ⚅


_____

[Foto: Carlos Ortiz]

 
 
 

Comments

Rated 0 out of 5 stars.
No ratings yet

Add a rating
bottom of page