Verdades sospechosas
- Analí Lagunas
- 2 jun
- 4 Min. de lectura

Decir que los taxqueños recibimos con emoción la nueva edición de las Jornadas Alarconianas podría ser una afirmación cuestionable, sobre todo por las reflexiones que se han vertido en distintos círculos de la comunidad cultural del municipio. Primordialmente, por las modificaciones que el decreto institucional de 1987 ha atravesado. Lo más llamativo de la situación es la sospechosa calma con la que estas modificaciones han sido tomadas por los distintos agentes culturales de la ciudad. Palabras más, palabras menos, las modificaciones del decreto facultan a la Secretaría de Cultura estatal para llevar, casi en su totalidad, la organización de un festival que desde 1988 ha sucedido en Taxco. Dicen algunos personajes de la cultura taxqueña que ahora sí vendrán a hacernos la fiesta en casa, sin ser invitados. Sin embargo, y en un afán de invitar al diálogo y la reflexión, valdría mucho problematizar el contexto. A manera de ejercicio crítico, lanzo estas preguntas: ¿Cuenta el aparato institucional municipal con la infraestructura logística y el capital humano necesario para solicitar un margen de maniobra mayor al que cada año se le ha permitido tener? ¿Será posible trabajar de manera objetiva en la integración de un programa, sin que los intereses políticos influyan en la decisión del comité de dirección artística del festival?
Dentro del programa de Jornadas Alarconianas de este año, se realizó una mesa de diálogo sobre la literatura guerrerense, un espacio que buscó dar voz a tres perfiles de escritores, quienes pusieron el dedo en las múltiples llagas que aquejan el cuerpo institucional de una Secretaría de Cultura que se recibió agonizante, con muchas deudas, de todo tipo, con artistas y gestores culturales guerrerenses. Todo lo que Charly F. Ortiz, Gela Manzano y Pedro Serrano mencionaron a lo largo de la charla es real y es de conocimiento público: sin una cifra estimada, todas y todos los que nos dedicamos al arte y la cultura en Guerrero podemos especular con los dineros faltantes, con el destino final de aquellos fondos que debieron usarse para imprimir los libros ganadores de las distintas convocatorias que tiene la SECUG. Incluso la broma amarga se sigue y seguirá haciendo: el dinero de la SECUG está invertido en Costa Azul, o quizá en Quebec, o quizá en nada, porque decía mi abuela que el dinero mal habido no dura.
Sin embargo, más allá de enumerar lo que no tuvimos, lo que faltó, lo que sigue faltando, vuelvo a proponer el ejercicio reflexivo sobre la gestión y administración cultural desde los espacios institucionales. Ver los toros desde la barrera nos da una visión parcial sobre lo que sucede cuando toca entrarle al ruedo llamado “función pública”. Considero importante que los artistas y los gestores culturales independientes entendamos que los procesos políticos impactan en los procesos administrativos. La maquinaria del Estado no se puede empujar desde lo unilateral. Incluso si al o la titular de la Secretaría de Cultura se le permite tener un equipo de colaboradores de su confianza, se requiere también de la suma de voluntades de los distintos agentes culturales que trabajan y viven en el territorio.
En la mesa de diálogo se mencionó en varias ocasiones la expresión “voluntad política”. Yo agregaría “voluntad artística”, para propiciar un diálogo que permita la autorregulación, la crítica constructiva y, como soy una señora de modos y formas, una interlocución que se construya desde el respeto, sin los adjetivos tan puntuales, misóginos y violentos con los que algunos compañeros escritores han intentado manifestar su rabia e impotencia, que seguramente es una rabia compartida: porque el pasto del vecino nunca es realmente verde, porque se puede llegar al puesto, ostentar el nombramiento y llegar un día a la chamba y simplemente darse cuenta de que dentro del propio equipo hay oposición, hay energías, personajes y corrientes políticas que juegan en contra, hasta de los perfiles mejor preparados.
Existen los consensos, los manifiestos, las cartas con demandas puntuales y propuestas de acción. Sin embargo, la existencia de estos ejercicios participativos también puede ponerse en tensión: ¿Quién define a los integrantes de los consejos culturales que existen en Guerrero? Y la pregunta va para ambos lados, independiente e institucional, de la balanza: ¿Cómo garantizar que las prácticas que tanto criticamos en lo institucional no se reproduzcan en la práctica comunitaria? ¿Por qué, si las problemáticas ya se han discutido y se ha llegado a acuerdos, no se han puesto en práctica? ¿Podemos encontrar formas de conciliar la administración cultural institucional con el quehacer artístico y cultural comunitario?
Uno de los principales señalamientos que he notado en el ejercicio actual de mi profesión es la crítica que se hace a la ausencia y/o poca vinculación con las iniciativas culturales impulsadas desde la comunidad. Sin embargo, también he recibido y escuchado comentarios que “mal ven” el apoyo institucional, considerando que solo es un intento por salir en la foto. ¿Existirá un punto medio? ¿Será posible llegar a un respetuoso y sano equilibrio entre los distintos agentes que confluyen en un territorio tan diverso como Guerrero?
Mientras me esfuerzo por alcanzar ese nirvana de autocrítica objetiva, tocará sentarme a comer unas palomitas en el zócalo de mi pueblo, mientras disfruto de la función estelar que un festival internacional de cine le preparó a Tétano… ⚅
[Foto: Carlos Ortiz]
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