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La creación del Torneo de Poesía Adversario en el Cuadrilátero, por parte de la editorial Verso Destierro en 2006, fue una declaración abierta contra el sistema impositivo de esquemas de legitimación en el medio cultural “poético”. Lo que planteó entonces fue una marco deportivo (una especie de Olimpiada versal), donde desde un plano ético se pudiera hacer un ejercicio de crítica para conformar un soporte sólido para analizar, conocer, promover y cuestionar de manera pública, los modos en qué se ejerce el oficio poético, sin encumbrar o idealizar a los poetas, sino asumirlos como hacedores que tienen en juego no sólo su obra, sino su propio ser.
Por supuesto esta idea es contraria a la del poeta que se impone con una alocución unidireccional, que es el modo absolutista del discurso, y bajo una psicología de estímulos, muy pavloviano, que asigna jerarquías. Lo plural así pudo tener un escenario real, un ring, un círculo abierto, que contrario a lo que podían pensar algunas lecturas de las resistencias más radicales (con un filo asertivo también) en tanto hacerle el “caldo gordo” al capitalismo al fomentar la competencia entre “poetas” y fomentar así un espectáculo que vuelve la fiesta poética una faena, el punto es que, la transgresión no apunta a la lucha libertaria, sino a la política de imposición desde un plano comparativo.
El circo de la política expuesto en un marco festivo pero artístico, alimentado de una idea de la comedia del arte, pero de un modo mexicano, al incluir personajes de lucha libre de carácter literario, o en vez de cigarreras, “librarreras”. Además de tener a un jurado calificado en vivo y comentaristas que se adentraban en el análisis de tropos, la expresión y contundencia del poema. Y por otro lado, el mismo público expuesto a estar en un contexto crítico que le obligaba a cuestionar sus propios gustos o tendencias, además de hallarse ante nuevas poéticas y perspectivas escénicas orales.
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El arte está en el poema; en el poema, la confrontación
El poema como un fenómeno político, social, filosófico, estético, es un producto que evidentemente implica un grado de expresión, y aunque todas las expresiones debieran, sí, debieran ser apoyadas por el Estado (en tanto ser parte de una entidad nacional, llamada México), el Estado, incluso ahora, al menos aquí en México, sigue ocupando al arte y la cultura como un modo de coacción política. Es decir, sigue sin darle a la cultura un apoyo medular, esa puede ser una de mis críticas directas a la administración de Andrés Manuel López Obrador, que por mucho es el mejor presidente que ha tenido México (o al menos en el que ha recaído el peso simbólico de una reforma necesaria), pero que aun así, demuestra lo lejos que estamos de tener en verdad un aparto democrático. Quizá el día que la cultura sea apoyada como eje medular de la vida política en México, tendremos una verdadera democracia. Entre tanto, sigue siendo un rehén de las cúpulas de poder administrativo, y que amén de no inyectarle el presupuesto necesario, el poco que se ejerce, se suministra hacia los propios agentes discursivos de sus camarillas culturales.
En ese sentido, el Torneo de Poesía, más que un arma poética, es un arma política, que expone los diferentes niveles y poderes que dan soporte a la expresión poemática, que es, en primera instancia, la expresión de un mundo, no sólo personal, sino de una perspectiva política, y que inherentemente habla desde una sociedad. Sociedad de sociedades somos. Es así como el Torneo fue un movimiento que puso en jaque las condiciones culturales de un país acostumbrado a comprar a sus artistas con placebos, bajo una selección que cumple y endurece una sociedad capitalista. Pesa más el capital que la cultura, o dicho de mejor modo, pesa más la cultura del dinero que la cultura de la gente. Pesa más un dólar que un bebé.
Por eso fue atacado directamente e invisibilizado bajo esquemas que ocupan a la juventud como medio de empoderamiento, otorgando un espacio competitivo, pero de cero exposición política, como lo es el slam, que de carácter global tiene garantizado su pódium como inofensivo a la estructura gobernante.
La poesía en su corazón cerrado, en su boca abierta, en su lengua indescifrable está en otra parte, lo sabemos, y muy a veces en el poema. Por ende, tenemos aquí una diatriba que pone a México en un lugar angular para dar el vuelco a estas perspectivas. Pensemos que dos poetas en un ring son sólo muestra, si podemos verlo de ese modo: dos expositores en debate con sus sendas realidades y un objeto estético, ante el cual, si cediéramos el voto a ellos también al momento del juicio de un “vencedor”, tendríamos la posibilidad de que, incluso uno de los poetas pudiese votar por el “poema adverso” como un acto de conciencia y solidaridad ante la necesidad de decir algo urgente y haberlo dicho del mejor modo.
Es decir, el Torneo nunca tendría porque derivarse en un culto a la persona, sino un culto al diálogo y el fruto del aprendizaje colectivo que éste implica. Era sumamente inspirador ver la poesía así, como un ágora, donde los exponentes, sin caer en una oratoria pragmática, como cualquier Demóstenes, adquirían un valor comparativo donde la episteme del discurso era el análisis de la raíz para ver hacia dónde tiraba la piedra el poeta, y cómo esto adquiría un cruce de visiones, y por la tanto, nos daba un panorama más amplio de lo que se está leyendo en tiempo real, empujando al lector a poner también en duda lo que recibe y no sólo asumirlo como un “me gusta”, sino que use y conforme un criterio al respecto de lo que accede a su cavidad cerebral.
Y esto más que una utopía, se convirtió en una práctica. ⚅
[Foto: David Espino]
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