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Lydiette Carrión

Yo por las 40 horas

Recientemente se hizo viral una conferencia de prensa con la virtual candidata electa Claudia Sheinbaum, en la que, a pregunta expresa sobre la demanda que muchos colectivos han hecho respecto a reducir la jornada laboral de 48 a 40 horas, Sheinbaum admitió que ése no es un tema prioritario en su agenda. Recordó que se ha aumentado el salario mínimo y que se busca mejorar las condiciones de los trabajadores. Pero respecto a la reducción de la semana laboral, dijo que eran necesarios consensos.

En este último punto, la respuesta de Sheinbaum se pareció mucho a la que dio la candidata Xóchitl Gálvez durante uno de los debates presidenciales; respuesta que fue calificada de tibia, de poca solidaridad y empatía con la población asalariada. Pero ahora, esa misma sensación resultó de la conferencia con Sheinbaum.

Es verdad que el sexenio de López Obrador ha significado en muchos aspectos un balance positivo para las clases trabajadoras. ¿Por qué entonces el tema de la reducción de la semana laboral es tan difícil?

Aquí algunos aspectos:

Por un lado, el movimiento por las 40 horas tiene algunos años y ha pegado sobre todo entre grupos organizados de repartidores, empleados en el sector servicios, restaurantes, etcétera, donde las jornadas nunca son de ocho horas (suelen ser más, difusas); los trayectos al trabajo son otra jornada más y donde las personas tienen un solo día de descanso. Sabemos que México es uno de los países en los que se labora por más tiempo.

No es nueva, pues, esta demanda.

Mi experiencia va como profesora en el sistema a Distancia de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Imparto una materia del primer semestre, una de esas materias históricas, muy de hacer resúmenes y leer mucho. Al inicio de cada semestre, existe la consabida ronda de preguntas: por qué están aquí, de dónde vienen, a qué se dedican.

Muchos son jóvenes en edad de estudiar, entre 18 y 25 años, que no encontraron lugar en otro sistema. Muchas son amas de casa, de entre 25 a 34, 35 años, con hijos pequeños, y algún empleo parcial. Muchos otros son trabajadores, de 30, incluso 40 años. Empleados en alguna oficina, o en algún trabajo de 48 horas.

Casi siempre a medio semestre ya tengo una idea clara de quienes aprobarán el semestre. Por su puesto no son todos lo que empezaron. En el camino se queda como la mitad. El nivel de abandono de materias, sobre todo en el primer año es muy alto.

No es lo mismo ser estudiante de tiempo completo, que estudiante, trabajador, padre de familia, chofer de Uber cuatro horas diarias, cuidador de una persona enferma, madre de dos, cabeza de familia.

Pienso también en la situación de las periferias: ambos padres de familia con trabajos de 48 horas semanales, más las dos horas de trayecto. Cuando llegan a casa qué quieren saber de crianza, de “tiempo de calidad”.

¿Reducir ocho horas la carga de trabajo a la semana resuelve todos los problemas? Por supuesto que no. Pero algo que sí considero urgente es poner atención a la calidad de vida y aumentar esa calidad desde las políticas públicas. Dejar de lado un discurso que de tan ensimismado resulta más nocivo que saludable: el autocuidado.

¿Cuántos memes nos encontramos con: en ese trabajo que dejaste tu vida nadie te extraña, pero tu familia no te ha visto? Como si de verdad la mayoría de nosotros quisiéramos vivir así, atados al laburo en vez de pasar tiempo de calidad.

Como si de verdad no supiéramos que nos dejamos la vida en un trabajo mal pagado. ⚅

[Foto: David Espino]



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Este texto también fue publicado en Pie de Página

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