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Inteligencia e IA, notas y reflexiones II/II

  • Efraim Medina Reyes
  • 23 jun
  • 5 Min. de lectura

3. Inteligencia y Realidad

Nuestra fragilidad física y emocional son defectos fundamentales como individuos, pero los enigmas de nuestra existencia como especie, y del mundo posible en nuestra mente, son más vastos e inaccesibles. Nosotros, como partes integrales —y “socios”— del sistema que sostiene la Realidad, somos indispensables. Sin embargo, en un contexto más amplio, ya hemos asumido que ni siquiera existimos.

La estructura del sistema que soporta la Realidad, y el mecanismo que la mueve, son funcionales a ella. Esto significa que la Realidad que hemos diseñado está encerrada en las mismas proporciones que nosotros: ayer, hoy, mañana. Antes, durante, después. Alto, mediano, corto. Y así, toda forma de conocimiento humano se basa en el mismo marco de referencia que usamos para construirlo. Medimos algo con una medida diseñada para medir justamente eso. Por supuesto funcionará perfectamente. Pero no se necesita mucha astucia para entender que esta fascinante y misteriosa serie de números y significados que llamamos Realidad es, en el fondo, una idiotez: está hecha a nuestra medida, no en relación con lo imposible. Es como pedirle a alguien que nos diga sólo lo que queremos oír, y luego llamar a eso “diálogo”.

Nuestra perspectiva sobre la Realidad se basa en la convicción de que somos autónomos y pensadores. Y esa convicción se apoya en la información que nos constituye. Como individuos es normal que seamos parte de la Realidad, y que dentro de ella estemos, al mismo tiempo, unidos y separados del Otro. Como en un juego de espejos, proyectamos al Otro que a su vez nos proyecta. El Otro que refuerza nuestra certeza de que somos nosotros, y no él.

Si no “humanizáramos” nuestro entorno, todo se volvería homogéneo: un tigre sería todos los tigres. Para distinguirlo de otros y llamarlo “nuestro tigre”, usamos nuestro esquema. Lo humanizamos, como hacemos con las mascotas, los amigos, o cualquier cosa que nos ayude a sentirnos parte de algo más grande y justificar nuestra existencia. (Algo que al tigre, por cierto, le importa poco.)

Sin la información y el contexto que nos producen, simplemente nos desvanecemos. Basta ver las etapas avanzadas de alguien con Alzheimer para entenderlo: la enfermedad ha destruido al individuo, que ya sólo reconocemos como una pieza rota del sistema.


4. La IA y el concepto del tiempo

La inteligencia suele definirse como la capacidad de encontrar respuestas y soluciones a los problemas que enfrentamos. Bajo esa lógica, el nivel de respuesta de cada persona sería proporcional a su inteligencia. Por eso, aunque la especie humana sea considerada en general “inteligente”, esa inteligencia varía de individuo a individuo, y puede medirse, definirse, clasificarse... y distribuirse en funciones dentro del sistema. Porque no hay nada en la Realidad que no sea parte de él. Incluso lo que llamamos “fuera del sistema” es sólo otro rincón de ese mismo sistema.

A lo largo de su desarrollo, nuestra inteligencia ha generado respuestas a multitud de adversidades: dolor físico y emocional, dilemas existenciales, amenazas externas. No son soluciones definitivas, pero nos han permitido al menos algo de alivio. Todavía no hay un antídoto contra la muerte, pero hemos ampliado la esperanza de vida, y desarrollado nuestras propias ideas de bienestar y salud.

La IA, como otros avances del mundo civilizado, se presenta como solución a problemas detectados por el sistema. Un sistema cada vez más sofisticado, que identifica incluso problemas que el individuo no percibe como tales. El sistema diagnostica por ti, y luego te da la “solución”. Como si, mientras caminás tranquilo hacia algún lugar, alguien frenara su auto para llevarte más rápido. No tenías apuro, pero aceptás que tu velocidad era un “problema”, y agradecés la solución. Te subís, frustrado por no poder seguir tu paseo, pero contento con la buena intención de quien conducía. Así funciona el sistema: trabaja día y noche para fabricar tus deseos, y te hace desear mil veces lo que ya tenías. Tu insatisfacción es su mayor objetivo. Y te lo ofrece todo con sus mejores intenciones.

No sé si la IA, o alguna de sus infinitas actualizaciones, encontrará alguna vez una cura para enfermedades terminales, o un antídoto contra la muerte. Tampoco sé si podrá borrar nuestros miedos o incertidumbres. Por ahora, sólo realiza muchas de nuestras funciones de manera más rápida y precisa. Puede resolver ecuaciones complejas, vencer a grandes maestros de ajedrez, escribir poemas y canciones para no poetas ni músicos, y adaptarse a sectores tan diversos como el consumo, la guerra, el entretenimiento, la religión, el amor o la meteorología. Todo para que los poderosos sean más poderosos, los encantadores más encantadores, y los pobres e inflexibles conserven la ilusión de que algún día les tocará su turno.

Los límites de la IA son hoy un reflejo de nuestros propios límites estructurales. Y eso no es un buen augurio. Si nos observa con detenimiento, verá que seguimos atrapados en esta Realidad que amplifica la escena del vertedero, como si llenáramos nuestras habitaciones con un zoológico de peluches. Nos quejamos de no tener TIEMPO, pero pasamos horas cada semana comiendo. Y no me refiero sólo a nutrir nuestros cuerpos, sino a todo el aparato sucio e insaciable que creamos alrededor de esa necesidad biológica. En condiciones normales, cinco o diez minutos diarios bastarían para ingerir los nutrientes necesarios. Incluso podríamos adaptar el cuerpo para comer cada 48 horas. Si estuviésemos obligados, lo haríamos. Lo volveríamos hábito. Pero en vez de eso, nuestro conocimiento ha convertido esa necesidad simple en un patrón infernal y en uno de los pilares de esta Realidad.

Si querés ilustrar esto, entrá cinco minutos a un supermercado. Hay más sustancias dañinas allí que en una planta nuclear. La diferencia es que las plantas nucleares están lejos, y tienen letreros de advertencia. En los supermercados, en cambio, todo está decorado con palabras que alaban sus supuestos beneficios. El marketing es sólo una farsa para hacernos creer que el supermercado es un paraíso, y no lo que realmente es: un vertedero pulcro y bien iluminado. Y no hablo de alimentos saludables o no saludables, ni de lo que comemos o dejamos de comer. Hablo de toda la basura que es la industria alimentaria y del consumo insensato que hacemos de ella. Todo —incluso los “alternativos”, los vegetarianos, los veganos, etcétera— forma parte de ese mismo aparato. Y todo es absurdo.

No se trata sólo de tiempo, salud o economía. Se trata del concepto mismo de Realidad. Como escribí: “Sólo al convertirnos en ausencia alcanzamos la ligereza”. Y como tantas otras obsesiones que abordaré al hablar de la Realidad, nuestra fijación con la comida es apenas otra excusa grotesca para no aceptar lo esencial: que no sabemos qué hacer con nuestra existencia. Y que ese tiempo que tanto decimos necesitar, en realidad, lo venimos esquivando desde siempre. ⚅

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[Foto: Carlos Ortiz]



Lee aquí la primera parte.

 
 
 

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